24 mayo 2005

Caleta El Membrillo, domingo


















Los botes, tranquilos;
pero las casetas están cerradas
y el santo que vigila
la entrada
hoy tiene cara de finado.

Las redes haraganean sobre la muralla.
Los cascos que no volverán a guatear el agua
-agrietados y podridos,
porosos de sol y humedad-
duermen inclinados,
opíparos,
dichosos por no estar tan solitarios.


La gente subirá a ver al Wanderers.
La gente, al ocaso, volverá de ver al Wanderers.




Con la noche accederá a la arena
una joven de rostro niño y piernas de alambre,
temblorosa y decidida,
que perderá la virginidad
contra la pared del fondo,
cerca de donde las mujeres hacen fuego
y esperan el pescado con el aceite hirviendo
y los ojos ansiosos.

Es tarde.

Los carabineros desprecian el lugar
porque sospechan de las almas en pena
de aquellos que partieron un día
sólo con el mero propósito
de agregar una ausencia.

LECTURA DEL AUTOR